La vida está constituida por una secuencia de desafíos en los cuales se
puede ganar o perder. Quien gana, no necesariamente gana siempre, lo mismo
sucede con quien es derrotado. La imagen
de las competencias deportivas puede ayudarnos a entenderlo mejor, aunque también
contribuyen a su dramatización.
Culturalmente enfrentamos el fracaso
con excesiva negatividad. Es verdad que
nadie quiere perder y que la derrota en general no produce alegrías.
Sin embargo, hay actitudes que nos permiten relativizar el dramatismo de la
derrota y de hacer de la misma una
plataforma para el subsiguiente éxito.
Los grandes líderes nos muestran las actitudes que deben adoptarse ante la
derrota:
1.
Buscar entender que se hizo mal, que fue lo que falló
(aprendizaje)
2.
Ponderar que porción del resultado adverso depende de uno
y cual responde a otros factores ajenos a nuestra área de influencia (ecuanimidad)
3.
Focalizar sobre las propias fortalezas y debilidades (mayor
autoconocimiento)
4.
Aceptarse tal como uno es (autovaloración)
5.
Superar el miedo a una nueva derrota para enfrentar
nuevos desafíos (resiliencia)
6.
Corregir los errores cometidos en el pasado nos acerca al
éxito (espíritu de auto superación)
7.
Experimentar nuevos caminos para alcanzar los resultados
pretendidos, saliendo de la zona de confort (experimentar y arriesgar)
Mucha gente cree que el fracaso nos aleja del éxito. Sin embargo, cuando
nos ponemos de pie luego de una caída estamos más cerca del objetivo pretendido. El secreto está en la actitud con que uno enfrenta la vida.