Hay
varias razones que pueden generar ese comportamiento. Entre ellas:
No querer cambiar.
Mucha gente sabe o intuye que el proceso coaching exigirá cambios en sus
hábitos y conductas que no están dispuestos a encarar. Si el coaching implica
llevarte al máximo de tu potencial, esto significa sacarte de tu zona de
confort y llevarte a experimentar desafíos que no todos están dispuestos a
enfrentar. En algunos casos este comportamiento responderá a la búsqueda de
comodidad-mediocridad por sobre la búsqueda de la excelencia. En otros podrá
responder al comportamiento narcisista de quien asume que hace todo bien y no
tiene nada que aprender junto al coach (no se trata de aprender del coach).
Miedo a mostrarse vulnerable. Mucha gente asume que contar con un coach los muestra
como quienes tienen un desempeño inadecuado, que no consiguen alcanzar por si
mismos los objetivos pretendidos. Les cuesta interpretar que en realidad el
coaching supone que el coachee tiene un enorme potencial y que con un proceso
conversacional puede adquirir un mayor nivel de consciencia relativo a como
alcanzar de modo más efectivo tales objetivos.
Temor a nuevas responsabilidades. También ocurre con frecuencia que algunos ejecutivos
entienden que pasar por un proceso de coaching los llevará a asumir nuevos
desafíos y consecuentemente responsabilidades. Por distintas, razones estos
ejecutivos no quieren asumir nuevos desafíos y prefieren ignorar las
oportunidades de mejora de sus hábitos y comportamientos, como el impacto de
éstos cambios sobre los resultados de la organización.
Los mejores ejecutivos son
aquellos que buscan incesantemente oportunidades de mejora para la
organización, asumiendo que estas pasan en parte por sí mismos, asumen con
humildad la tarea de buscar oportunidades de perfeccionamiento personal y no
temen asumir mayores responsabilidades. En
estos casos, el proceso de coaching enriquece a los individuos, los equipos de
trabajo y consecuentemente a las organizaciones.
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