Conversábamos
con el nuevo gerente general de una importante empresa mediana. Hacía poco que
había asumido esta posición. Venía de otra compañía en la que se había
distinguido a través de la obtención de resultados de alto desempeño.
Me
contaba acerca de sus primeros pasos en la organización. Sorprendía su clara y
ambiciosa visión para llevar a la organización a una posición de vanguardia. Sabía
lo que quería y desde el primer día se ocupó de comunicar esa visión con el
propósito de generar entusiasmo en su equipo gerencial y que éste lo transmitiera
al resto de la organización para avanzar en un ambicioso proceso de cambio.
Sin
embargo, habían pasado las semanas y algo no funcionaba. No lograba que los
cambios avanzaran al ritmo pretendido. La organización no le estaba
respondiendo como el pretendía. ¿Qué pasaba con la organización?. ¿Qué acciones
debía encarar para forzar los cambios?
Una
simple pregunta abrió un panorama inesperado: ¿Crees que tu equipo confía en
vos?. Un silencio profundo, un gesto de preocupación y la conversación giró hacia
un dominio imprevisto.
Nuestro
ejecutivo, había dado por sentado la confianza y el pleno alineamiento del
equipo que lo secundaba. De pronto, este supuesto sobre el cual fundaba su
acción se desmoronó.
Entendió
que aún no había ganado la plena confianza de su nuevo equipo: Que lograrlo
llevaría un tiempo y sería producto de acciones concretas que debería encarar
de inmediato.
Vio que
había invertido más energía y tiempo en compartir su visión que en generar vínculos
con su nuevo equipo. Ahora veía que muchos de sus colaboradores, atrás de su
aparente alineamiento escondían temores.
Era
tiempo de cambiar los comportamientos, Entendió que debía volver a un comportamiento
marcado por la humildad, ejercer la paciencia y ganar la confianza de su
equipo, antes de exigirles alineamientos con su visión. Solo a partir de la
confianza, el equipo sería más receptivo a la idea de alinearse.
Entendió
que antes que hacer grandes proclamaciones que mostraban hacia dónde dirigirse
era necesario escuchar porque los procesos se habían estructurado del modo en que
lo hicieron. Más allá de criticar la realidad actual, debía partir por
entenderla.
Este
diálogo no debía agotarse con entender la raíz de los problemas, también debía aprovechar
la oportunidades para escuchar las ideas de su equipo para cambiar las
imperfecciones del presente.
A
partir de esos cambios de comportamientos, que llevaron meses, el equipo dejó
de verlo como omnipotente y distante, para percibirlo genuinamente interesado
en sus opiniones.
Su capacidad
de liderazgo se vio reforzada por la proximidad y apertura a considerar ideas
de su equipo y mejorar sus propias decisiones con el aporte de los demás.
De ese
escuchar salieron planes de acción mucho más consistentes. Paradójicamente, una
menor velocidad del cambio, pero con acciones más consistentes, permitieron un
cambio más profundo, sin dudas ni retrocesos.
Un
accionar basado en la escucha y el intercambio de opiniones, también dio lugar
a revalorizar la cultura de la organización, la cual inicialmente fue puesta en
tela de juicio.
La
nueva forma de interrelacionarse con el equipo contribuyó a generar un clima de
trabajo amable, en el cual el humor y la camaradería fueron creciendo y el
equipo gerencial quedó enlazado en vínculos de confianza recíproca.
A partir
de una simple pregunta, un ejecutivo lleno de méritos logro cambiar su posición
de víctima a protagonista y elaborar un plan de acción que no sólo le aportó
mejores resultados de negocios, sino también contribuyó más a su satisfacción
personal y felicidad.
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